Francisco Javier Morales Hervás / Doctor en Historia

A lo largo de la Historia, cuando se han producido trascendentales enfrentamientos bélicos, tan importante ha sido obtener la victoria como saber gestionar las consecuencias derivadas de esa victoria. Tras el éxito logrado por Alfonso VIII en 1212 en la batalla de las Navas de Tolosa llegaba el momento de organizar el poblamiento y la explotación económica de un amplio territorio que, en gran medida, coincidía con el área actualmente ocupada por la provincia de Ciudad Real. Se trataba de una zona poco poblada, pues durante mucho tiempo había sido un espacio inseguro al desarrollarse en él diversas escaramuzas y enfrentamientos de baja intensidad, por lo que los escasos contingentes de población que existían se agrupaban en las fortalezas que se localizaban junto a vías de comunicación o cercanas a ciertos recursos estratégicos.

Izq.: Carta Puebla de la fundación de Villa Real (Ciudad Real). Dcha. y fotos inferiores: tres imágenes que representan a las tres órdenes militares entre las que se repartió el territorio de la actual provincia de Ciudad Real: Calatrava, Santiago y San Juan. La de Calatrava fue la que más territorio controló y la de San Juan la que menos.

El diseño del sistema de repoblación que los monarcas castellanos van a impulsar a partir de comienzos del siglo XIII nos ayuda a entender la actual configuración del patrón de poblamiento y la desigual distribución de la propiedad de la tierra que presenta la provincia de Ciudad Real. Aunque la “frontera” con el mundo musulmán se había trasladado más allá del valle del Guadalquivir, todavía permanecía cierta sensación de inseguridad en las tierras del valle alto y medio del Guadiana, por lo que los monarcas castellanos optaron por encomendar a distintas órdenes militares la iniciativa de repoblar este territorio. Como consecuencia de esta circunstancia casi el 88% del territorio de la actual provincia de Ciudad Real quedó en manos de señoríos controlados por tres órdenes militares. La más importante, sin duda, fue la de Calatrava que controlaba casi el 60% de la superficie; en segundo lugar se encontraba la de Santiago, que ocupaba algo más del 21% y en tercer lugar se situaba la de San Juan con casi el 8%.

La Orden de Calatrava se extendía fundamentalmente por el Campo de Calatrava y el Valle de Alcudia y se organizó a partir de la constitución de encomiendas como las de Almodóvar del Campo, Almagro, Daimiel, Malagón, Manzanares, Piedrabuena, Puertollano y Valdepeñas, que podían controlar varios núcleos de población, así, por ejemplo, en la encomienda de Almagro se incluían los lugares de Pozuelo, Carrión, Torralba, Granátula y Valenzuela. La Orden de Santiago se extenderá fundamentalmente por el Campo de Montiel, donde incorporará estratégicos enclaves como Alhambra, Montiel, Torre de Juan Abad o Almedina, que serán organizados en diez encomiendas y a los que se otorgará el fuero de Cuenca para promover la llegada de población foránea; esta orden también tendrá una importante presencia en la comarca de La Mancha, donde destacarán dos encomiendas: la de Campo de Criptana y la de Torre Vejazate, que incluía los actuales términos de Socuéllamos y Tomelloso. Las posesiones de la Orden de San Juan en nuestra provincia se sitúan en la comarca de La Mancha, donde a partir de 1236 empiezan a conceder cartas puebla a enclaves como Arenas, Villarta, Alcázar y Argamasilla. Fuera de la comarca manchega, el único núcleo perteneciente a esta orden será la encomienda de Villar del Pozo.

Además de las tierras pertenecientes a los señoríos de las órdenes militares, también hubo un señorío perteneciente al arzobispado de Toledo (Anchuras), un señorío nobiliario perteneciente a la familia de los Fernández de Córdoba (Chillón y Guadalmez) y un territorio en la comarca de los montes que quedó bajo la jurisdicción del concejo de Toledo y que incluía lugares como Horcajo, Alcoba, Arroba, Navalpino, Navas de Estena, Fontanarejo y Retuerta. Tan sólo el 1,5% de la actual superficie provincial correspondía a tierras de realengo, concretamente, Villa Real, fundada en 1255 por Alfonso X sobre la aldea de Pozuelo de Don Gil. Probablemente con esta fundación real se pretendía ejercer cierto control sobre las órdenes militares, pero también pudo influir el interés de la monarquía por impulsar el tráfico mercantil entre Castilla y Andalucía, para lo cual Villa Real contaba con una estratégica localización en una encrucijada de caminos, como se puede percibir en la disposición de la trama urbana y de las principales calles de la actual Ciudad Real.