Sagrario Pérez de Ágreda Galiano / Farmacéutica del CIM del COF de Ciudad Real

La vacunación, junto con la potabilización del agua, está universalmente reconocida como el logro más importante en materia de salud pública de la humanidad, superando incluso en importancia a la introducción de los antibióticos

Los programas sistemáticos de vacunación han permitido, la erradicación de la viruela, la interrupción de la transmisión de la poliomielitis en casi todo el mundo, así como el control de enfermedades como el sarampión, el tétanos, la difteria, la rubeola o la enfermedad invasiva por Haemophilus influenzae, entre otras.

A pesar de los inmensos beneficios demostrados a lo largo de su historia todavía hay personas que deciden no vacunar a sus hijos, aunque las dudas sobre la seguridad y eficacia de las vacunas no son algo nuevo, los movimientos antivacunas prácticamente han existido desde el comienzo de la vacunación.

Una de las primeras razones por las que se decide no vacunar es por la creencia de que las vacunas producen autismo.

Esta idea aparece en 1998, cuando el médico británico Andrew Wakefield publicó un trabajo en el que ponía en duda la seguridad de la triple vírica (sarampión, rubeola, parotiditis) relacionándola con casos de autismo y enfermedades de colon. Después de esta publicación se han hecho numerosos estudios y revisiones por parte de expertos en todo el mundo y no se ha encontrado ninguna evidencia de que exista una asociación entre la vacuna y el autismo.

Otra de las razones que se esgrimen para no vacunar es que las vacunas contienen mercurio, que es tóxico para el sistema nervioso central. Esta idea que se apoya en la utilización que se hizo durante muchos años del timerosal (compuesto que contiene mercurio) como conservante en el proceso de fabricación de las vacunas.

Pues bien, a pesar de que no se ha podido demostrar que este compuesto interfiera con el desarrollo cerebral del feto o el lactante, para evitar caídas en las tasas de vacunación, se eliminó el mercurio de la gran mayoría de las vacunas.  Actualmente, en España, ninguna de las vacunas del calendario infantil contiene timerosal.

Algunos padres por otra parte no encuentran la razón de vacunar a sus hijos de enfermedades que prácticamente han desaparecido en  España.

Aunque es cierto que, gracias a la vacunación universal, en España ha disminuido la frecuencia de muchas de las enfermedades frente a las que vacunamos, no debemos olvidar que esto es  debido a que España es un país en el que se ha conseguido una cobertura vacunal excelente, superior al 99 % de los niños en muchas comunidades autónomas. Si se deja de vacunar, las enfermedades que prácticamente han desaparecido repuntarán, como ha sucedido con los brotes de sarampión que han ido apareciendo en todo el mundo debido a un descenso de las tasas de vacunación.

No hay que olvidar que la gente que decide no vacunar se está beneficiando de lo que se conoce como inmunidad de grupo, colectiva o de rebaño. Esta es la que se produce cuando en una comunidad, la mayoría de los individuos son inmunes a una determinada enfermedad infecciosa, bien porque estén vacunados o bien porque hayan pasado la enfermedad. Este hecho dificulta enormemente la transmisión del agente infeccioso y beneficia a los individuos no vacunados.

La evidencia científica ha ido demostrando a lo largo de los años que las vacunas producen un acusado descenso en el número de personas que enferman o fallecen por un proceso infeccioso. Es cierto, que como cualquier medicamento o terapia pueden presentar efectos secundarios. Sin embargo, la mayoría son leves, como malestar, hinchazón o enrojecimiento en el sitio de la inyección. A algunas vacunas se les asocia con fiebre, erupciones en la piel y dolor, sin embargo los efectos secundarios graves son muy poco comunes.

La vacunación presenta importantes desafíos: enfermedades para las que no existen vacunas eficaces (como VIH/SIDA, malaria y leishmaniasis), mejoras en la aplicación para que puedan ser administradas en cualquier parte del mundo o vacunas de menor costo que puedan llegar a países pobres son alguno de estos retos.

El futuro de la inmunización depende del éxito de la investigación para que las vacunas sean más fáciles de aplicar, que sobrevivan al transporte, y que proporcionen una respuesta inmunológica más potente y duradera. Pero nada de esto se aprovechará si por una baja y errónea percepción del riesgo de contraer una enfermedad nos dejamos de vacunar.