Cuarta generación de maestros boteros en La Solana, un oficio que ha pasado de padres a hijos, y que aún, se sigue realizando de manera artesana y tradicional

Podríamos decir que el oficio de botero de esta saga familiar comenzó allá por finales del siglo XIX de la mano del bisabuelo de Pedro Alhambra Torrijos, cuarta generación que se mantiene en la actualidad. Su bisabuelo, aunque no comenzó realmente con la fabricación de botas de vino, si que compraba pieles y las curtía para hacer diferentes productos como por ejemplo monteras de la época. De ahí que en el pueblo de La Solana empezaran a conocer a esta familia como “los pelliqueros”.


Metidos en el siglo XX, el abuelo de Pedro Alhambra, Paulino, junto a sus hermanos Manuel y Justo, montaron una bodega de vino situada en la calle Emilio Nieto de La Solana. Fue ahí cuando, además de la elaboración de vino y la fabricación de toneles para su almacenaje, comenzaron a realizar pellejos para su transporte, conocidos como odres de vino. Estas odres, realizadas con piel de cabra, se cosían y se pegaban por todas partes y servían para el transporte del vino, del aceite e incluso de la leche. Muchos de estos pellejos se rompían o sobraban trozos que se utilizaban para hacer pequeñas botas de vino que luego se vendían. Además, ellos mismos curtían las pieles y se fabricaban la pez, que, para quien no lo sepa, es una resina de pino que, al cocerla, le da un característico color oscuro y textura similar al alquitrán que se usa para impermeabilizar el interior de la bota.

Izq.: Unas preciosas botas de vino. Centro: Pedro Alhambra en la década de los 90 cosiendo una de sus botas. Dcha.: Reconocimiento de Maestro Artesano.


Tras varios años en la bodega, llegó una época en la que el trabajo comenzó a escasear, por lo que, Paulino, decidió emigrar a Toledo para probar suerte montando una botería. Allí se enamoró de la que sería su esposa y juntos comenzaron a formar una familia. Todo iba muy bien, la botería desde el principio tuvo muy buena acogida, pero, tras unos años allí, estalló la guerra civil española, librándose en Toledo una gran batalla en la que uno de los proyectiles alcanzó la botería dejándola totalmente destruida.
Paulino y su familia tuvieron que tomar la decisión de volver a La Solana, ya que se habían quedado sin nada y existía mucho miedo por la guerra. Volvió de nuevo a la bodega junto a sus hermanos, pero sin dejar de lado la elaboración de botas de vino.
Paulino murió a una temprana edad y, de sus siete hijos, dos de ellos, José y Justo, que también trabajaban en la bodega, decidieron seguir con la tradición de su padre montando su propio taller de botas de vino.


Sobre finales de los años 70, ambos tomaron caminos distintos, Justo, por un lado, y José, por otro, pues cada uno tenía su propia familia. Pero eso sí, siguiendo con el mismo oficio, la fabricación artesanal de botas de vino. De hecho, son las únicas dos familias que continúan en La Solana realizando estas botas.


Pedro Alhambra Torrijos (hijo de José) junto a sus hermanos, aprendieron el oficio desde pequeños junto a su padre y su tío ayudando en labores simples del proceso como cortar las pieles, poner los cordones, etc. Una vez mayores, y tras terminar la escuela, fueron incorporándose al negocio, siendo Pedro el único que a día de hoy sigue con el oficio artesano de su padre en la fabricación de botas de vino.


Han pasado unos 20 años desde que José se jubiló y Pedro cogió totalmente las riendas del negocio, primero en la calle Emilio Nieto y, posteriormente, en la calle Bailen nº 21 donde tiene su taller ubicado actualmente.


Pedro Alhambra recuerda como en épocas pasadas había prácticamente en cada casa una bota de vino para uso diario. También, como los agricultores en el campo o los albañiles en las obras se llevaban cada día su bota de vino. Y por supuesto, ver a los cazadores con su bota colgada o las gentes en las plazas de toros y en los campos de fútbol bebiendo de la bota. Pero poco a poco prácticamente todo eso ha ido desapareciendo, quedando las botas de vino más bien como un suvenir turístico o de recuerdo, utilizándose en fechas u ocasiones especiales o cuando llega la época de caza o en las corridas de toros que aún se suelen ver.
Pero, ¿que tienen estás botas de vino que las hacen tan peculiares? Más allá de poder pensar que tiene una mejor conservación del vino, el aliciente de estas botas es su característica boquilla, de chorrillo fino, y el poder apretar la bota para que salga el vino, lo que te anima a beber, señala Pedro. La bota, como cualquier otro tipo de envase, si se deja durante mucho tiempo se avinagra el vino, por lo que, lo recomendable es dejar la bota totalmente llena de vino, sin aire, o dejarla totalmente vacía.

Izq.: Pedro Alhambra recibiendo el reconocimiento de Maestro Artesano en FARCAMA. Centro: su padre, José Alhambra, elaborando un bota de vino en los años 90. Dcha.: Antigua fotografía con las botas y las odres de vino.


En cuanto al proceso de la elaboración de la bota en la actualidad, Pedro cuenta que es prácticamente similar a como se hacia antes, lo único que ha cambiado es que ahora las pieles ya vienen curtidas y la pez preparada (antes se compraba cruda y había que cocerla). Todo lo demás se sigue elaborando como antaño. El primer paso es esquilar la piel, dejando entre 2 y 3 milímetros de largura del pelo del animal. A continuación, se marcan las piezas con unos moldes y se procede a cortarlas para, seguidamente, doblarlas y zurcirlas con una costura hecha a mano. Tras ello, se remoja en agua caliente para ablandarla y poder darle la vuelta con la ayuda de un palo para que la costura quede por la parte interior. Tras dejar que se seque, se procede a echarle la pez que funcionará como capa interna impermeable. El siguiente paso será ponerle la boquilla y los acabados finales como el collarín rojo y los cordones.


Asimismo, en cuanto a tipos de botas, las hay en piel natural, otras engrasadas con manteca, negra, marrón… la bota curva, que es menos común, la bota recta que es la más utilizada, y en varios tamaños, siendo los más corrientes los de 1 litro, 1,5 litros o 2 litros.


Hay que destacar que Pedro recibió en el año 2021 el reconocimiento de Maestro Artesano que le fue otorgado en la 40 edición de FARCAMA (Feria Artesanía de Castilla-La Mancha). Sin duda, un merecido reconocimiento para la historia de su familia en un oficio artesanal que, esperemos, aún perdure durante varias décadas más.


Texto: Juan Diego García-Abadillo Fotos: Pedro Alhambra