Francisco Javier Morales

Francisco Javier Morales Hervás/ Doctor en Historia

Berenguela seguía manteniendo su  porte jovial y elegante, a pesar de que ya superaba los 60 años de edad. Su rostro estaba surcado de marcadas líneas que eran la prueba evidente de los muchos e intensos momentos vividos, en los que siempre supo demostrar su audaz inteligencia, que le permitió desenvolverse con habilidad en complejos asuntos políticos, que logró superar usando sus innatas dotes diplomáticas, que le permitieron asegurar el bienestar de los suyos y muy especialmente el de su hijo primogénito Fernando, al que estaba deseando volver a ver. Por ello se encontraba en tierras del Campo de Calatrava, pues había fijado un encuentro con su hijo Fernando en la aldea de Pozuelo de Don Gil, reunión que tenía un claro sabor a legado y despedida. Aquejada de diversas dolencias, ya no podía realizar largas etapas de viaje y por ese motivo decidió descansar en la fortaleza que su padre Alfonso le había concedido en Bolaños y que unos años más tarde ella había cedido a un caballero de la Orden de Calatrava.

Este caballero se llamaba Sancho y había combatido junto a Alfonso, el padre de Berenguela, en el afamado enfrentamiento librado contra el ejército almohade en las Navas de Tolosa. La fortaleza mantenía las trazas básicas que recordaba Berenguela, aunque en los últimos
quince años Sancho había acometido algunas reformas para hacerla más práctica y acogedora, sobre todo teniendo en cuenta que ahora ya no era tan importante la función defensiva que condicionó bastante su diseño cuando fue construida por los musulmanes dos centurias antes.

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Dos imágenes del Castillo de Doña Berenguela de mediados del siglo XX

La primera vez que visitó este castillo a Berenguela le llamó bastante la atención el contraste de los colores de las piedras empleadas en su ejecución, en la que predominaban por un lado los tonos oscuros de las piedras de origen volcánico, tan comunes en ese territorio, y por otro lado los tonos claros que aportaban las piedras calizas. También era frecuente el uso de ladrillos, con los que se hicieron la mayor parte de las bóvedas que cubrían las estancias interiores. La edificación era amplia, de forma rectangular, ya que el espacio delimitado por las murallas era de unos 120 pies de largo por unos 130 de ancho. Berenguela contempló la rítmica disposición almenada de los adarves y la excelente calidad del foso perimetral excavado en la roca, con unos 9 pies de ancho y otros 9 de profundidad. En el patio de armas aún se conservaban bastante bien los baños árabes, con sus tres partes, de agua fría, templada y caliente, que Berenguela habría disfrutado de buen
grado, pero que finalmente decidió no utilizar ante la insistente negativa de su séquito por temor a un inoportuno enfriamiento.

Junto a los baños estaba la capilla, donde pasó a orar, rogando especialmente porque las campañas de su hijo en Andalucía resultasen exitosas. De las cuatro torres originales situadas en las esquinas, tan sólo se conservaban dos en buen estado. La llamada Torre Prieta cumplía una función básicamente militar, de control y de defensa, mientras que la airosa Torre del Homenaje, de unos 60 pies de altura, estaba dividida en cuatro pisos, en los que se centraban las estancias dedicadas a la administración y los aposentos para acoger a visitantes ilustres como Berenguela, que tras la cena escuchó con agrado las palabras del caballero Sancho en las que quedó patente la laboriosidad
y honradez de las gentes de esa tierra, que daban lo mejor de sí para obtener exquisitos productos muy apreciados en toda la comarca. La fortaleza y los productos que pudo disfrutar Berenguela nos aguardan en Bolaños para gozar con todos los sentidos.

Fotografías facilitadas por Área de Turismo del Ayuntamiento de Bolaños.