Juan Castell Monsalve Médico / epidemiólogo y escritor

Nos hallamos ya en el otoño bien entrado y con el invierno a la vista en lontananza y, a pesar del tiempo que ya llevamos conviviendo con el Sars-Cov-2 y su consecuencia, que es el Covid-19, las incertidumbres y controversias continúan entre políticos, periodistas, sanitarios y sociedad en general.

La magnitud de la pandemia y sus consecuencias nada tienen que ver en este momento con las ya pasadas en los dos años y medio anteriores y desde mi punto de vista esto es debido casi en exclusiva a la generalización de la vacunación y, quizá también al propio comportamiento intrínseco del virus que, aunque conserva una gran capacidad de contagio, tiene una menor patogenicidad.

Quizá lo que más interese en este momento sea responder a la pregunta de qué va a ocurrir en la temporada fría, que lentamente ya se aproxima. La respuesta no puede ser otra que la incógnita, pero matizada por dos factores: el primero es el más que previsible curso benigno de la pandemia, como viene sucediendo últimamente, lo cual no descarta que la incidencia pueda ser alta. Y el segundo factor sería la decidida apuesta por la vacuna como herramienta salvadora de la crisis sanitaria.

Otra controversia se centra en la polémica de las mascarillas, en la recomendación de llevarlas y en su obligatoriedad en algunos medios y lugares concretos. A este respecto me ratifico en decir que las mascarillas, como el resto de equipos de protección personal, pueden ser útiles en la protección individual en entornos y actividades concretas; pero a mi juicio poco o ningún impacto han tenido en el curso y evolución de la pandemia, lo mismo ocurre con medidas extraordinariamente exageradas de aislamiento como esa política absurda y socialmente inaceptable del Covid cero de China.

Así pues, las recomendaciones que habría que seguir son la vacunación con la cuarta dosis, siguiendo la estrategia de grupos de riesgo o de mayor vulnerabilidad, marcadas ya por la Autoridad Sanitaria, y hacerlo extensivo a toda la población a la que ya se les administró las dosis anteriores. Hay que señalar que las nuevas subvariantes de la cepa de Sars-Cov-2 Omicron (BQ.1, BF7 y BQ.1.1), aunque parece que pudieran ser más infecciosas, no hay ningún dato que haga pensar que sean más patógenas ni que las nuevas vacunas sean menos efectivas contra ellas.

Respecto a la gripe parece que este año está adelantando su aparición, y es previsible que la epidemia sea más fuerte que la aparecida en los dos últimos años, en los que la focalización de los sistemas de vigilancia epidemiológica en el Covid-19 y la posible interacción competitiva entre los virus de gripe y los Sars-Cov-2 hicieron que fuesen sensiblemente menores.

La única medida efectiva para mitigar los efectos de la epidemia de gripe es la vacunación. Existen unas recomendaciones de las Autoridades Sanitarias, que todos conocen, y que entre otras novedades se prevén ampliar para el año próximo con la indicación de vacunar a niños hasta los cinco años de edad. Aunque en realidad, lo ideal sería una estrategia dirigida a inmunizar a toda la población posible para disminuir las bolsas de susceptibles y por tanto los reservorios de gripe y así tratar de mitigar en alguna medida la magnitud de la epidemia.

En resumen, tanto para el Covid-19 como para la gripe, desde el punto de vista epidemiológico, las herramientas para luchar de forma efectiva contra ambas enfermedades son la vigilancia epidemiológica de las cepas de unos y otros virus circulantes, su patogenicidad y la efectividad de las vacunas contra ellas, y la continuación con la administración de las vacunas correspondientes.