Francisco Javier Morales Hervás / Doctor en Historia

Calatrava la Vieja fue, sin duda, el núcleo de población más importante durante la etapa de ocupación musulmana de las tierras que actualmente configuran la provincia de Ciudad Real. Su privilegiada posición entre Toledo y Córdoba le hizo ser un enclave estratégico y por ello será protagonista de muchas de las luchas que enfrentaron a los emires y califas cordobeses con los díscolos dirigentes muladíes toledanos. A mediados del siglo IX, durante el mandato del emir Muhammad I, los rebeldes toledanos atacaron en diversas ocasiones la cuenca del Guadiana, llegando a provocar el abandono de Calatrava, pero el interés de Córdoba por mantener este núcleo hizo que se llevaran a cabo grandes esfuerzos para su reconstrucción, labores que acabarían hacia el 855, momento en el que se impulsó el retorno de sus anteriores habitantes, además de la llegada de nuevos contingentes de población, muchos de los cuales procedían de Urit, la antigua Oreto, que quedó abandonada desde entonces.

Izq.: La península ibérica al advenimiento de Abd-al-Rahman III y los principales focos de rebeldía a la autoridad del emir. Véanse los dos focos rebeldes de Toledo y Calatrava). Dcha.: labores arqueológicas en el Castillo de Calatrava la Vieja

Pero la insumisión de Toledo siguió generando problemas, hasta que con la llegada al poder del futuro califa Abd-al-Rahman III a comienzos del siglo X se restablezca desde Córdoba el orden en la zona de Almadén y el Campo de Calatrava, sobre todo tras la muerte del caudillo toledano, Ibn Ardabulis, cuya cabeza fue llevada por el gobernador de Calatrava a Córdoba. Se inicia así un período de cierta calma, que se extenderá durante casi toda la etapa del califato, aunque en sus momentos finales, sobre todo tras la muerte de Almanzor a comienzos del siglo XI, se iniciará una nueva etapa de crisis en Al Andalus, que dará lugar a su división en diversos reinos independientes denominados Taifas. A partir de este momento, Calatrava estará en unas ocasiones controlada por los toledanos y en otras por los cordobeses, hasta que finalmente pase a depender de la Taifa de Toledo, llegando a ser un apoyo fundamental en la conquista de Córdoba en 1075 por parte de los toledanos.

La división de Al Andalus en taifas será aprovechada por Alfonso VI para conquistar Toledo en 1085. A partir de ese momento, Calatrava pasó a estar bajo la influencia de la Taifa de Sevilla. El peligro del avance cristiano hizo que las taifas pidieran ayuda a los almorávides asentados en el Norte de África, que acabarán por incorporar Al Andalus a sus dominios. Los almorávides reforzarán las defensas de la cuenca del Guadiana y desde Calatrava organizarán diversas expediciones hacia las tierras situadas al sur del Tajo. Pero los reinos cristianos se recuperan y Alfonso VII tomará Calatrava en 1147, que, junto con buena parte de las tierras de la actual provincia de Ciudad Real, pasará a estar bajo control cristiano hasta la victoria almohade en Alarcos en 1195, aunque durante poco tiempo, pues tras la victoria de Alfonso VIII en la Navas de Tolosa en 1212 este territorio quedará definitivamente en manos cristianas.

Imagen del acorte de este califa en Córdoba y representación de la batalla de las Navas de Tolosa que dejó definitivamente a Calatrava en terreno cristiano.

La estratégica localización de Calatrava no solo le sirvió para desempeñar un importante papel en los diversos conflictos y revueltas que se desarrollaron en este territorio de la cuenca alta del Guadiana entre los siglos VIII y XIII, sino que también le permitieron asumir un relevante protagonismo económico, destacando su labor como centro comercial al situarse en un interesante cruce de caminos que por un lado comunicaban Toledo con Córdoba y por otro Mérida con Zaragoza. La creciente importancia que fue asumiendo Calatrava se pone de manifiesto en las estructuras constructivas que aún se pueden contemplar en este extraordinario yacimiento arqueológico, entre las que sobresale su perímetro amurallado de casi 900 metros, sistema defensivo que estaba complementado por más de 30 torres, entre las que deben ser destacadas tres albarranas y otras tres de planta pentagonal. El área delimitada por la muralla se dividía en dos espacios diferenciados: el dedicado al alcázar y el ocupado por la medina. Y no podemos olvidar la presencia de dos corachas, notables obras de ingeniería que, a través de complejos sistemas hidráulicos, permitían abastecer de agua tanto al alcázar como a la medina.