Francisco Javier Morales Hervás / Doctor en Historia

El artífice del sistema político de la Restauración fue Antonio Cánovas del Castillo, político que procedía de la Unión Liberal y que lideró el partido alfonsino durante el Sexenio Demo­crático. Consiguió atraer a las élites políticas y sociales contrarias al absolutismo y al republicanismo y preparó el retorno de los borbones: en 1870 logró la renuncia de Isabel II al trono español a favor de su hijo Alfonso, que en 1874 firmó el Manifiesto de Sandhurst, en el cual aceptaba ser rey de España.

Aunque Cánovas quería que el príncipe Alfonso se convirtiera en rey por petición popular, el regreso de los borbones se produjo tras el pronunciamiento del general Martínez Campos en Sagunto el 29 de diciembre de 1874. El 9 de enero de 1875, el joven rey entró en España por Barcelona y el día 14 llegaba a Madrid.

Entre 1875 y 1880 Cánovas asumió el gobierno para controlar el nuevo régimen y abrirlo a los sectores desencantados del Sexenio y a los carlistas más moderados. Una de sus primeras tareas fue acabar con los conflictos pendientes:

– Entre finales de 1875 y principios de 1876 liquidó la presencia carlista en el centro, en el Levante y en el pirineo catalán. Los ejércitos alfonsinos extinguirán más tarde la sublevación en Navarra y en el País Vasco, dando por finalizada la contienda.

– La Guerra de Cuba finalizará con la paz de Zanjón (1878). Tras ella, Cuba se convirtió en una provincia española con derecho de representación en Cortes, se abolió la esclavitud y se concedió una amnistía. Sin embargo, la tensión se mantendrá hasta 1898.

Para asegurar la estabilidad de la Restauración, Cánovas diseñó un régimen bipartidista inspirado en el modelo inglés. Los dos gran­des partidos que aglutinaron a las diferentes fuerzas políticas, se ajustaron a la legalidad que él mismo había diseñado y dominaron la escena política durante la Restauración fueron el Conservador y el Liberal, que representaban, respectivamente, a la derecha y a la izquierda dentro del liberalismo. Los partidos antimonárquicos, antiliberales y antinacionales quedaron, en un principio, fuera del sistema.

El régimen de la Restauración se basó en una nueva Constitución, que fue una síntesis entre la moderada de 1845 y la democráti­ca de 1869; restableció la soberanía compartida de las Cortes y el rey, omitió el derecho al sufragio universal, reconoció la compatibilidad de la religión católica con la libertad de cultos e incorporó libertades y derechos progresistas (expresión, imprenta…), aunque el gobierno se reservaba la posibilidad de suspenderlos en un momento dado. La Constitución de 1876 permaneció en vigor hasta 1931, aunque fue sus­pendida y vulnerada varias veces. Las dos fuerzas políticas que protagonizaron la alternancia política durante la Restauración fueron:

– El Partido Conservador, liderado por Cánovas hasta su muerte en 1897 y por Francisco Silvela des­pués; aglutinó a liberales moderados, a miembros de la Unión Liberal, a progresistas e incluso a católicos tradicionalistas. Políticamente se situaba en la derecha moderada.

– El Partido Liberal, encabe­zado por Práxedes Mateo Sagasta, representó, dentro del sistema de la Restauración, a la izquierda liberal. Se atrajo a conservadores desencantados con la política de Cánovas, a antiguos demócratas y a progresistas del Sexenio democrático. Incluso republicanos históricos como Castelar se aproximaron a él y colaboraron con la monarquía, permitiendo, en cierta medida, la reconciliación de la generación política de la Revolución de 1868 con los Borbones.

El turno pacífico se apoyaba en un sistema electoral corrupto en el que los dos grandes partidos acordaban los resultados electorales con el siguiente me­canismo: cuando un presidente del Go­bierno dimitía, el rey encargaba la formación de un nuevo gobierno al líder de la oposición, quien disolvía las Cortes y convocaba unas elecciones, que siempre ganaba por mayoría absoluta, ya que las organizaba desde el Ministerio de la Gobernación con la colaboración de los alcaldes, los gobernadores civiles y los caciques de los pueblos y de las ciudades.

El Ministerio de Gobernación elaboraba el encasillado, es decir, repartía los escaños entre los dos partidos. Los gobernadores civiles lo trasmitían a alcaldes y caciques, poniendo todo el aparato administrativo a su servicio para garantizar su elección. Los políticos movilizaban a sus clientes (caciques locales), que, para obtener el máximo número de votos en la zona, no dudaban en llevar a cabo prácticas fraudulentas como: falsificar el censo, manipular las actas electorales, comprar votos o usar prácticas coercitivas sobre el electorado. El conjunto de todas estas prácticas, que adulteraban los resultados electorales, se conoce con el nombre de pucherazo.

Todos estos manejos formaban parte de un fenómeno conocido como caciquismo. Los caciques eran personajes ricos e influyentes en la España rural, que decidían con favores y presiones los resultados electorales.

El turno en el poder entre liberales y conservadores aseguró la pacífica continuidad de la Restauración a cambio de la continua violación del sistema parlamentario. El turnismo fue puesto a prueba al fallecer prematuramente Alfonso XII en 1885. Su esposa, María Cristina de Habsburgo, embarazada del que sería Alfonso XIII (nació en mayo de 1886), asumió la regencia (1885-1902). Ante esta situación, Cánovas y Sagasta firmaron el Pacto de El Pardo (1885), por el que se comprometían a continuar el turno para garantiza­r la estabilidad del régimen.

Imagen superior: El rey Alfonso XII de España. Wikipedia