Francisco Javier Morales

Francisco Javier Morales Hervás/ Doctor en Historia

Nos encontramos a comienzos de marzo de 1645 y podemos contemplar a Francisco, un culto sexagenario, que pasea con dificultad por la bella plaza mayor de Villanueva de los Infantes del brazo de su amigo Bartolomé. Francisco es consciente de que su vida se está apagando. Ha tenido un intenso devenir vital, que le ha llevado a conocer las circunstancias y los personajes más destacados de los reinados de Felipe III y Felipe IV y con ellos ha compartido sus riquezas y sus miserias, tanto personales como económicas.

Su evidente cojera no le ayuda a disfrutar de su paseo, pero quiere visitar, quizás por última vez, uno de los edificios que más le atraen de esta villa desde que lo visitó por primera vez hacia 1620: la iglesia de San Andrés, templo que se había iniciado a finales del siglo XV, pero cuya edificación se dilató a lo largo de todo el siglo XVI, e incluso algunos de sus elementos, como la monumental portada que en esos momentos estaba admirando Francisco, se terminaron de construir a comienzos del siglo XVII. Se trata de la portada abierta a la plaza mayor, diseñada por Francisco Cano, que, bajo una evidente influencia de la sencillez estilística desarrollada por Herrera para Felipe II en El Escorial, concibió un gran arco de medio punto para enmarcar un templete de columnas jónicas que recoge la figura de San Andrés, apoyado en una estructura de dobles columnas dóricas sobre plinto. Las influencias escurialenses también se dejan sentir en la destacada torre, cuyo remate con chapitel de pizarra negra y plomo recuerda a las que se disponen en el monasterio de El Escorial.

Iglesia de San Andrés, Villanueva de los Infantes 02 El dilatado período de construcción de este templo explica los diferentes estilos arquitectónicos que Francisco puede contemplar y admirar a pesar de su delicado estado de salud. La iglesia fue concebida con planta basilical, pero la construcción de capillas en la zona del crucero acabaría otorgándole planta de cruz latina. La inspiración inicial parte de las influencias tardías del gótico, que se ponen de manifiesto en elementos como las cubiertas realizadas con bóveda de estrella. El tránsito del gótico a los aires renacentistas se refleja en las portadas norte y oeste, diseñadas por Francisco de Luna dentro del llamativo estilo plateresco, que no era muy del gusto de Francisco, amigo de los excesos en todo menos en lo referente al arte.

Bartolomé ayuda a Francisco a entrar al interior del templo donde lentamente se deleita en la contemplación de cuadros, esculturas y todo tipo de detalles decorativos como los que adornan el bello púlpito hexagonal plateresco tallado en mármol, llamándole la atención la vistosa capilla funeraria perteneciente a la familia de los Bustos, hasta el punto que su amigo Bartolomé le comenta que sería un buen lugar para recoger el descanso eterno de su castigado cuerpo, a lo que Francisco le responde que su deseo es ser enterrado en la iglesia de Santo Domingo el Real de Madrid.

Francisco de Quevedo falleció el 8 de septiembre de 1645 en una celda del Convento de Santo Domingo de Villanueva de los Infantes y, a pesar de la voluntad manifestada a su amigo Bartolomé, su cuerpo sería enterrado en la capilla de los Bustos, donde actualmente se pueden contemplar parte de sus restos, tras haber sido recuperados de una cripta de la iglesia, donde fueron llevados en 1795. El destino unió para siempre a Quevedo con la iglesia de San Andrés, donde nos espera una atractiva oferta de historia y estética.

Fotografías cedidas por la Oficina de Turismo de Villanueva de los Infantes.