La importancia de la toma de la Bastilla se debe a su valor simbólico representando el derrumbamiento del poder absolutista de la monarquía francesa, pero no fue un acto tan relevante política y estratégicamente como se suele presentar por la historiografía romántica.

La Bastilla había sido durante años la cárcel de muchas víctimas de la arbitrariedad monárquica. Allí se encarcelaba sin juicio a los señalados por el Rey con una simple lettre de cachet. En el momento de su caída, el 14 de julio de 1789, sólo acogía a cuatro falsificadores, a un enfermo mental (Auguste Tavernier), a un noble condenado por incesto y a un cómplice de Robert François Damiens, autor de una tentativa de asesinato sobre Luis XV. La imagen revolucionaria ampliamente difundida del mito de una prisión donde se pudrían las víctimas de la monarquía no corresponde por lo tanto con el uso de la fortaleza en el momento de su toma, dado que la fortaleza había perdido en parte su función de prisión de Estado. Según algunos autores, la importancia de la toma de la Bastilla ha sido exagerada por los historiadores románticos, como Jules Michelet, que quisieron hacerla un símbolo fundador de la República. Otros autores afirman que el sitio y la capitulación de la prisión no debió ser un hecho muy heroico en vista de que sólo era defendido por un puñado de hombres, y que los únicos muertos habrían sido el alcaide Bernard de Launay y el político Jacques de Flesselles.