Cuando en 1540 nacía en el castillo de Cifuentes una niña, que recibiría el nombre de Ana, era difícil prever el protagonismo que llegaría a alcanzar en la España de Felipe II. Su figura llegó a ser tan destacada que pronto su imagen empezó a ser distorsionada, probablemente por diversos intereses alentados por sus enemigos, lo cual ha contribuido a que sea uno de los personajes de nuestra historia cuyo auténtico perfil sea muy complejo de definir al estar envuelto en tupidas sombras de prejuicios y leyendas.
Pertenecía a una de las familias más importantes de España, los Mendoza, y por ello desde niña estuvo acostumbrada a visitar la corte real, donde pronto se pudo familiarizar con las intrigas que se tejían en torno al poder. Parece que desde pequeña no pasaba desapercibida, tanto por su enigmático atractivo físico, reforzado por su parche en el ojo, como por su fuerte personalidad, por ello no resulta extraño que el príncipe Felipe la eligiese como futura esposa de su amigo Ruy Gómez de Silva, a pesar de contar tan solo con doce años de edad y ser veinticuatro años más joven que su futuro esposo. Aunque el matrimonio se concertó en 1552 no llegó a consumarse hasta 1559 y en los catorce años que duró su matrimonio Ana se quedó embarazada en diez ocasiones, si bien sólo seis de sus hijos llegaron a adultos.
Cuando Felipe II accedió al trono español en 1556 uno de los grandes beneficiados fue Ruy Gómez de Silva, que sería el encargado de definir la política exterior del reino. Ello favorecerá el protagonismo de Ana en la corte real, hasta el punto de llegar a ser dama de honor de Isabel de Valois, tercera esposa de Felipe II. Pero a partir de 1565 Ruy, príncipe de Éboli, empezará a quedar relegado en los asuntos exteriores por lo que solicitará al rey autorización para ir a vivir a Pastrana, concediéndole Felipe II el ducado de esta villa, que se beneficiará de las iniciativas propiciadas por los duques, que lograron convertir a Pastrana en uno de los principales núcleos productores de tejidos, sobre todo de seda. Ana también logró que Teresa de Jesús eligiera Pastrana en 1569 para fundar uno de los conventos con los que estaba configurando su reforma de la orden carmelita. Cuando Ruy Gómez de Silva murió en 1573, Ana decidió ingresar en el convento que había fundado Teresa de Jesús para hacerse monja “descalza”, decisión que provocaría un grave enfrentamiento entre ambas, ya que la idea de vida monástica que tenía la princesa de Éboli se alejaba mucho del rigor y de la pobreza que predicaba Santa Teresa, que decidiría cerrar este convento y llevarse las monjas a otras de sus fundaciones. Aunque Ana logró que monjas concepcionistas de Toledo se trasladasen a Pastrana, Felipe II le ordenó que dejara su peculiar vida monástica y regresase a su palacio de Pastrana para ocuparse del cuidado de sus hijos.
En 1577 Ana se instaló en Madrid, donde pronto entabló amistad con un antiguo colaborador de su marido, Antonio Pérez, que había logrado alcanzar una privilegiada posición en la corte hasta el punto de llegar a ser secretario real de Felipe II. Antonio Pérez se ofreció a ayudar a Ana, que estaba atravesando una complicada situación económica, y, probablemente, entre ellos surgió una íntima relación, que trascendió lo meramente afectivo, pues también les llevó a compartir sus ambiciones para prosperar en la intrigante vida cortesana. Los objetivos de Antonio Pérez y la princesa de Éboli empezaron a peligrar tras la llegada a la corte de Juan de Escobedo, secretario de Juan de Austria, hermanastro del rey, por lo que urdieron una estrategia para desacreditar a Escobedo ante Felipe II, hasta el punto de que lograron que el monarca diese el visto bueno al asesinato de Escobedo, que moriría apuñalado en una calle de Madrid el 31 de marzo de 1578.
Ana y Antonio Pérez habían logrado mantener su influyente posición en la corte, lo que les permitió seguir prosperando con sus oscuros negocios, pero Felipe II empezaba a recelar de ellos y sus dudas sobre el turbio asunto de Escobedo se acrecentaron, sobre todo cuando le llegaron rumores de un posible apoyo de Pérez y de la princesa de Éboli a la duquesa de Braganza contra la candidatura de Felipe II para lograr el trono portugués. Estas intrigas provocaron que el monarca ordenara el encarcelamiento de Antonio Pérez y de Ana de Mendoza el 28 de julio de 1579. En un primer momento la princesa de Éboli fue encarcelada en la Torre de Pinto y poco después en el castillo de Santorcaz, hasta que en 1581 se ordenó su reclusión en su palacio de Pastrana, donde vivió con cierta tranquilidad hasta 1590, cuando, como consecuencia de la huida de Antonio Pérez, Felipe II decidió endurecer las condiciones de vida de Ana al ordenar colocar dobles rejas y levantar una pared en su habitación para dejarla prácticamente aislada, condición en la que vivió hasta su muerte el 12 de febrero de 1592, momento a partir del cual empezó a alimentarse el mito de “mujer fatal”.