Aunque el Renacimiento y el Humanismo impulsaron un ambiente de progreso intelectual, las tasas de analfabetismo siguieron siendo muy elevadas. No obstante, sí se produjo cierto avance cultural, que benefició fundamentalmente a los hombres, ya que en los inicios de la Edad Moderna aún se consideraba innecesario el acceso de las mujeres a la cultura al prevalecer la idea de que su principal finalidad era ejercer con eficacia las tareas del hogar, para lo cual no era preciso saber leer y escribir. Ante este panorama, sólo había dos posibilidades para aquellas mujeres que querían desarrollar sus inquietudes culturales: entrar en un convento o formar parte de un entorno familiar que propiciara su desarrollo intelectual.
Ángela y Luisa fueron afortunadas, pues su padre, Diego Sigeo, era un erudito y un humanista que propició la educación de sus hijas. No se conoce con certeza el lugar de nacimiento de Diego (hay autores que señalan que era de origen francés), pero sabemos que estudió en la Universidad de Alcalá, donde adquirió una cuidada formación que le permitió acceder como profesor a destacados círculos nobiliarios, de hecho, estuvo al servicio de María Pacheco, “la última comunera”, a la que acompañaría hasta Portugal huyendo del castigo impuesto por Carlos I. Diego permaneció al servicio de María Pacheco hasta 1530, cuando empezó a trabajar para el duque de Braganza como preceptor de sus hijos. Probablemente será en este momento cuando tras varios años de separación se produjese el reencuentro de Diego con su familia en Portugal, lo cual propició que tanto sus hijos Diego y Antonio como sus hijas Ángela y Luisa pudiesen beneficiarse del ambiente humanista fomentado por la casa de Braganza.
Se desconoce la fecha exacta del nacimiento de nuestras protagonistas, pero tuvo que ser en torno a 1520. Muy probablemente nacieron en Tarancón (Cuenca), localidad de donde también era originaria su madre, Francisca de Velasco. Por lo tanto, cuando Ángela y Luisa contaban con unos diez años de edad empezaron a recibir una esmerada educación, que se centró básicamente en el conocimiento de lenguas clásicas y en la formación musical. En ambos campos destacaron estas dos hermanas, si bien Ángela fue más reconocida por sus dotes musicales y Luisa por su exquisito dominio de diversas lenguas. La notable capacitación artística de las hermanas Sigea pronto llamó la atención de la infanta María de Portugal, quien en su pretensión de formar una corte de doncellas eruditas no dudó en incorporarlas como “mozas de cámara”. Esta circunstancia permitió a Ángela expresar su innato talento musical a través de destacadas composiciones y de un sobresaliente dominio de la técnica vocal y como instrumentista, especialmente del arpa y del órgano. Lamentablemente, el potencial artístico de Ángela no llegó a desarrollarse en su plenitud pues su delicada salud le hizo morir muy joven.
Luisa dominaba diversas lenguas clásicas como el latín y el griego a las que añadió el hebreo y el árabe, además del perfecto conocimiento que tenía de otras lenguas modernas como el francés, el italiano el portugués y el castellano. Durante el período que estuvo al servicio de la infanta María de Portugal pudo disponer de todo tipo de facilidades para incrementar su formación, lo cual le permitió dar notables muestras de sus dotes como escritora a través de algunas eruditas composiciones poéticas, repletas de un profundo conocimiento del mundo clásico, con las que pretendía lograr el reconocimiento preciso para alcanzar su sueño: poder vivir de la creación literaria.
En 1552 Luisa abandonó la corte de María de Portugal cuando se casó con Francisco de las Cuevas, que pertenecía a una conocida familia hidalga de Burgos, pero que no gozaba de una desahogada posición económica. Esta circunstancia hizo que Luisa dedicase muchos esfuerzos para que su evidente capacidad creativa cristalizase en encargos o en contratos bien remunerados. Tras diversas vicisitudes y varias cartas dirigidas a María de Habsburgo, Luisa y su esposo lograron a comienzos de 1558 entrar al servicio de esta noble, hermana de Carlos I y tía de Felipe II, que en esos momentos vivía en Valladolid. Luisa estaba esperanzada con este trabajo, pues era conocedora de las notables inquietudes culturales de María de Habsburgo y pensaba que ello podría impulsar su carrera artística, pero su nueva protectora murió poco tiempo después de que Luisa y Francisco entraran a su servicio, por lo que, de nuevo, tuvieron que empezar a recurrir a sus contactos con el fin de obtener un empleo.
Tanto Francisco como Luisa dirigieron misivas al rey Felipe II y a su entorno cortesano solicitando poder entrar al servicio del rey, o de la nueva reina, Isabel de Valois, o del príncipe Carlos, pero ninguna de estas peticiones fue tenida en cuenta. Esta situación generó cierta frustración en Luisa, lo cual pudo contribuir a un deterioro de su salud, que acabaría provocándole la muerte en octubre de 1560. Parece que esta desesperanza no se explicaría por problemas económicos, pues podían vivir de una asignación que les dejó María de Habsburgo, sino, más bien, porque, a pesar de haber logrado cierto reconocimiento de sus contemporáneos, ello no le permitió lograr lo que siempre persiguió: vivir de su trabajo creativo, cuyos frutos nos han legado destacadas obras en latín y en castellano.