Hay tradiciones que se perpetúan a lo largo del tiempo y casi de forma automática pasan de generación en generación manteniendo la pervivencia de la misma en el seno de familias o colectivos. Una de las más arraigadas en nuestro país, y en Ciudad Real en particular, es la Semana Santa donde cientos de personas mantienen intacta su fe y devoción hacia el titular de una determinada hermandad o cofradía. Una actitud ‘heredada’ gracias al ejemplo y buen hacer de bisabuelos, abuelos y padres, miembros de sagas familiares que supieron trasladar con acierto la historia y la tradición a la siguiente generación y, lo más importante, transmitir a hijos, nietos y biznietos la valía de ese sentimiento.

Todo lo aprendido y vivido lo resume muy bien Mayte, hermana de la Hermandad de la Dolorosa de la Catedral de Ciudad Real ‘Ave María’ y cofrade de cuarta o quinta generación: “en la Semana Santa culmina esa vivencia de fe y sentimiento en familia a lo largo de todo el año; estos días, principalmente Viernes Santo, son fiesta grande en mi casa y en la de mis familiares más directos”.
Para Eugenio, la Semana Santa y la religión son parte esencial de sus apellidos, y echando la mirada atrás, sus abuelos, que él recuerde, vivían en la fe y participaban activamente en la defensa y recuperación de algunas imágenes.


Por su parte, la tercera protagonista de nuestro reportaje, María del Carmen, rememora que su abuelo paterno ya profesaba devoción por la Semana Santa, pero decidió que fueran sus hijos los hermanos de una cofradía.


Estos tres ciudadanos son una muestra representativa de la ingente labor que miles de cofrades y penitentes llevan a cabo cada año, no sólo en la preparación de su estación de penitencia o cultos, sino en la conservación de un patrimonio y de una tradición que pervive desde hace siglos. Una tradición que se sustenta en familias como las de Mayte, Eugenio o Mari Carmen, siendo ellas las auténticas guardianas de un tesoro inmaterial como es el recogimiento, la devoción y la fe en la Muerte, Pasión y Resurrección de Jesús. Mención aparte, no por ello menos importantes, están los valores patrimonial, cultural y social de la Semana Santa que la convierten en muestras de interés turístico regional, nacional e internacional.

“La Semana Santa no es espectáculo”.- Este año, del 24 al 31 de marzo, volverán a vivir su fiesta grande del año, no repararán en tiempo para dedicarlo al titular o titulares de sus hermandades. Mayte forma parte de la procesión del Santo Entierro el Viernes Santo por la tarde, en una de las estaciones más importantes y queridas en la ciudad. Pero, avisa, “la Semana Santa no es espectáculo para mí, no salgo para que me vean, salgo en recogimiento, silencio y oración acompañando a mi Madre, el Ave María”.


Por su parte, María del Carmen no concibe un Viernes Santo en la playa, sino estando, en procesión, cerca de su Cristo, “para agradecerle la ayuda prestada durante todo el año y para rogarle que siga cuidando de todos nosotros”.


Sin embargo, algunos años atrás, durante su infancia, los ojos de la inocencia pautaban de otro modo estas fiestas, si bien aprendían rápido y querían, sobre todo, sentir la emoción de los adultos en una estación de penitencia. Mayte, de niña, recuerda el trajín de túnicas en casa de su abuelo; a ella y a los pequeños de la familia, su tío Hilario, hermano mayor de la Hermandad de la Dolorosa de la Catedral de Ciudad Real ‘Ave María’ desde la posguerra hasta 1988, les daban galletas mientras se preparaban todos para ir a la catedral al son de vocación. Pero los peques “nos íbamos pronto a la cama” hasta que ya, con más de 8 años, “empezamos a salir los nietos de tres hermanos”. Su bisabuelo José Hilario, antes de la contienda fratricida, fue uno de los que luchó por mantener en auge la Semana Santa de Ciudad Real “junto con otras familias de la capital, como los Tello, los Benjamín, los Carrión o los de Tinte Madrid…”. Se encargó una nueva imagen a Castillo Lastrucci -la anterior desapareció en la guerra civil- que fue expuesta en el Gran Hotel, regentado por el tío de Mayte. En ese momento comenzó la vocación de la familia por esta imagen, hasta el punto de que el liderazgo se ha mantenido en la familia, primero con Hilario, después con Adela Richard hasta 2015, y posteriormente el marido de Mayte. En la actualidad, el hermano mayor es Óscar Patón.


Pioneros.- Eugenio recuerda que su abuelo, Eugenio Díaz Serrano, participó activamente en la restauración del paso de la Oración en el Huerto, recuperado gracias a la antigua Hermandad de Labradores, hoy cámara agraria, después de la guerra civil; pero nunca llegó a ser hermano de la cofradía, “estaba mal de la espalda, no podía caminar bien y prefirió inscribir a mi padre, Francisco Díaz Castillo, a la edad de 13 años”.


El primer año, allá por 1945, salieron con el paso de la Borriquilla, aún no estaba listo el paso del Huerto, de ahí la vinculación de ambas hermandades. La túnica de esos años difiere de la actual, de terciopelo, sin capa y con el capillo hasta el suelo.


A Eugenio le dejaron salir como hermano de fila a la edad de 11 años, en 1972. Aún estaba vetado que las mujeres salieran en procesión, y fue su hermandad una de las pioneras en incorporarlas en 1973 o 74. Por afinidad de sus padres, Eugenio también es hermano de otras cofradías: Longinos y El Silencio, “a mi madre le gustaba la espiritualidad, el orden y la meditación vividas con el Cristo de la Buena Muerte; a mi padre le sobrevino una grave enfermedad y mi abuela se encomendó al Cristo de Longinos, perteneciendo desde entonces también a esa hermandad”.


Durante 20 años, Eugenio subía y bajaba al Cristo del Huerto de la ermita de Alarcos en su furgoneta, para la celebración del triduo. Ahora compagina la presidencia del Huerto con la hermandad de San Isidro, dos entidades muy unidas históricamente por su surgimiento desde la cámara agraria. Agradece en este sentido la buena gestión de sus antecesores: don Vicente (García-Minguillán), Pedro Martínez y David Casero para alcanzar los 700 hermanos en la actualidad (Eugenio tiene el número 121). Reconoce que el trabajo como hermano mayor conlleva muchísimas responsabilidades, “es complicada mi labor, ya que hay que compaginar el trabajo de capataces, costaleros y hermanos de fila, pero te sorprendes de la gente, hay voluntades admirables que te echan una mano en todo”.


Sus hijas y su mujer también forman parte de la hermandad, incluso en algún momento han estado o siguen estando en la junta rectora. También han sido camareras y han puesto su grano de arena para que la Oración del Huerto sea lo que es hoy en día.

“Mamá, hazme una túnica, quiero salir”.- “Mamá, hazme una túnica, quiero salir”, decía Mari Carmen con 8 años a su madre Carmen, que le contestaba: “espera unos años, no sea que te canses luego”. También de su padre Leandro heredó el legado de amor y devoción por la Semana Santa. Por fin, a la edad de 14 años Mari Carmen tuvo su túnica, que ha utilizado hasta ayer mismo, cuando han sido sus tres hijas las que han cogido el testigo.


Ante todo, aclara el hecho de que la Semana en la que se celebra la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús es la festividad más importante en el calendario para los católicos, donde la función de cada uno es dar muestra de silencio, recogimiento, fe y oración. Así se lo ha transmitido a sus tres hijas, que no faltan tampoco a su cita de Viernes Santo en la parroquia de San Pedro de Ciudad Real, aunque “la fe al Cristo del Huerto no se realiza sólo en Semana Santa, lo visitamos a lo largo de todo el año, al que nuestra familia le da las gracias o le pide ayuda”.


El recuerdo primero de Mari Carmen es el de sus hermanos ataviados con traje azul marino y clavel rojo en la solapa, empujando el paso del Huerto que por entonces se desplazaba sobre ruedas. La procesión en Viernes Santo era esperada con muchísima ilusión por ella, en la que no recuerda se suspendiera ningún año por la lluvia, “Don Vicente siempre decía que en Viernes Santo sale el sol, pero lo cierto es que no recuerdo que lloviera durante mi juventud”.

Mayte de pequeña en el centro de la imagen. Año 1982


En los años 90, con 21 años de edad, se incorporó a la junta de gobierno de la hermandad del Huerto para adornar el paso con las flores elegidas, “entonces no había tantos nombres específicos para cada tarea, sencillamente cada uno se ocupaba de lo que se le indicaba”, puntualiza. Ahora, después de más de 30 años haciéndose cargo de uno y otro cometido, continúa en la directiva, ahora como tesorera.


Sus tres hijas nacieron ya en el seno de la hermandad, hasta el punto de que, la noche de Jueves Santo dormían plácidamente en su lecho, pero despertaban ¡en pleno templo de San Pedro!, y es que Mari Carmen era la responsable de poner las flores en torno a las 6,30 o 7 de la mañana del Viernes Santo, arrastrando consigo el cochecito o el capazo de sus hijas. Además, el primer viaje de la primogénita fue a Sevilla, con apenas 5 meses, en una visita a ver el trono de la hermandad.


Desde que fueron bautizadas fueron ya inscritas en la Hermandad del Huerto, pero también forman parte de otras cofradías como la de Jesús Nazareno de Daimiel, localidad natal de su padre.


Esas vivencias de pequeñas, donde se absorbe todo como esponjas, las han convertido en tres nuevas cofrades de la hermandad, ayudando en lo que pueden, en los exornos florales, en la colocación del olivo, en la limpieza del paso… Pero también en actos solidarios o sociales de hermandad, en rifas, boletos y en visitas a otras cofradías del Huerto de España, “compartimos inquietudes y experiencias al poseer el mismo titular”, apunta Mari Carmen. Una iniciativa que ya les ha llevado por tierras de Córdoba, Sevilla, Jaén, Valladolid, Orihuela (Alicante), Linares y este año a Cabra (Córdoba).

Mari Carmen junto a su marido y sus hijas en Semana Santa del año pasado


Ahora en edad adolescente, viven con la misma ilusión la llegada de la Semana Grande en el seno de ambas cofradías, pero con la plena libertad de poder inscribirse o participar de las actividades de otras hermandades si así lo desean.


Los cinco hijos de Mayte, con 24 años el mayor y 10 la pequeña, cuentan los días para la llegada de la Semana Santa, para salir los dos mayores como costaleros y el resto como hermanos de fila. A la ilusión y las ganas se les suma el hecho de formar parte de algo grande en base a su fe, acudiendo a las funciones religiosas y a la penitencia de la procesión, en silencio y oración, “al final Viernes Santo para nosotros es hacer familia, pues nos reunimos los parientes de tres hermanos, lo llevamos en la sangre”. Independientemente de participar de forma activa, también aprovechan para ver y “vivir” el resto de procesiones, desde la Borriquilla del Domingo de Ramos hasta el Resucitado el Domingo de Resurrección, “es mi Semana Santa, no nos vamos a ninguna parte”, subraya Mayte.


Al igual que Mari Carmen, los hijos de Mayte tienen plena libertad para actuar como consideren, “les he educado en lo que creo que es lo mejor para ellos, porque yo lo he vivido, lo sigo viviendo y me hace feliz, y ellos deben responsabilizarse en lo que quieren o lo que no; a mí mis padres nunca me exigieron que fuera a misa o que rezara, yo decidí mi camino y mi compromiso”, explica.
Del mismo modo que hizo Mayte en su adolescencia, sus hijos ahora tampoco conciben la Semana Santa de otro modo, les enriquece, les engrandece y, además, sus primos, sus mejores amigos y su pandilla están dentro, disfrutan cada año y quieren seguir haciéndolo, esperando también a colegas que están fuera el resto del año y vienen con sus familias a salir en procesión. Y es que, como creyentes, insiste Mayte, “vivimos la fe durante todo el año, para nosotros es una época de puro sentimiento”.
Por su parte, las dos hijas de Eugenio también han estado disponibles para lo que fuese necesario. Sea como camarera o penitente de fila han participado y participan activamente en la Pasionaria de San Pedro, implicando también a la pareja.


Eugenio considera que la religión no está de moda, pero, como católico, se apoya en sus creencias y fe como forma de vivir y así lo ha transmitido a sus hijas, “no tengo ningún problema en reconocer la labor de la Iglesia y la necesidad, al menos propia, de apoyarme en todo lo que nos transmiten”.

El futuro de la Semana Santa.- Mayte es optimista con el futuro más cercano de la Semana Santa, “no va a desaparecer, es cierto que falta compromiso por todas partes, no me refiero sólo a esta celebración, sino a la sociedad en general, pero mucha gente se está dejando la piel porque esto continúe y las nuevas generaciones están empujando fuerte; puede que se celebre de otra manera en el futuro, pero continuará”. Rememora en este sentido cómo en los años 70 las mujeres no podían salir en procesión y su tía y otras mujeres se vestían a escondidas y salían ocultas con el capillo para mostrar su fe hacia la Virgen.


Es consciente, como el resto de cofrades, de que todo evoluciona, y la Semana Santa, como cualquier otro acontecimiento, evolucionará, aunque “no para mejor ni para peor, sino adaptándose a las circunstancias que a cada generación le toca vivir”, asegura, pero siempre manteniendo unas tradiciones que se transmiten desde tiempos inmemoriales. Es el caso de la hermandad de Mayte que desde los años 40 viene celebrando ‘el paseíllo’ en Viernes Santo por la noche, donde los hermanos se descubren el rostro, se apagan las velas para acompañar a la Virgen a casa, “en la posguerra se hacía en solitario, no había nadie por las calles, no había tanta población ni venía gente de fuera, pero ahora atrae a mucha gente por la vertiente cultural, patrimonial e histórica, es distinto, pero la tradición se mantiene; esa tradición seguirá siempre, creo que los hermanos vivimos para ese momento, se te junta todo lo de un año en ese instante”.


Para Mari Carmen, la devoción y la fe “es algo que se lleva muy dentro” y está por encima de algunos asuntos más prosaicos o rutinarios. Porque, añade, lo de vivir la Semana Santa trasciende el día a día, va más vinculado a las raíces de cada uno, a las tradiciones disfrutadas desde la niñez, al apego a una religión, a una cultura y a unas costumbres que trascienden lo cotidiano para convertirse en algo trascendental y de calado. Hasta el punto, apostilla, de que en su hermandad un 15% de los hermanos que salen cada Viernes Santo por la mañana vienen de fuera, familias enteras con dos o tres hijos que desde siempre han acompañado y han salido en silencio y oración y quieren seguir haciéndolo hasta el fin de sus días, con la esperanza de que sus hijos e hijas continúen manteniendo la misma tradición. Una tradición que es un auténtico legado eterno.

Procesiones de Semana Santa extremas en España

Todos conocemos la Semana Santa extrema que se celebra en Filipinas o América Latina y que cada año, titulares, noticias e imágenes, llenan los telediarios mostrándonos la escenificación del dolor de Jesucristo en sus propias carnes. En nuestro país, la Semana Santa también representaba el Vía Crucis que vivió Cristo de manera realista hasta que, en 1766 Pablo de Olavide, ministro de Carlos III, prohibió este tipo de ceremonias por atentar contra el buen gusto ilustrado.
Aún así, existen algunos pueblos en nuestro país que persisten en esa escenificación real. Por un lado, el pueblo cacereño de Valverde de la Vera celebra la noche del Jueves Santo con sus empalados. Son penitentes a los que se les ata al torso y a los brazos mediante una cuerda de esparto un timón de arado simulando una cruz, además se les pone una corona de espinas en la cabeza, se les cubre ésta con una tela blanca y para terminar, se les coloca también dos espadas en cruz atadas a la espalda. Recorren las calles de la localidad descalzos, arrodillándose ante cada una de las catorce cruces situadas a lo largo del recorrido del Viacrucis además de arrodillarse en señal de respeto mutuo si se encuentran con otro empalado. Una imagen fantasmagórica la de estos penitentes de Valverde de la Vera.
San Vicente de la Sonsierra, es un pequeño pueblo ubicado en la provincia de La Rioja, donde persiste la tradición medieval de las disciplinantes conocidos como los picaos. Durante las procesiones del Jueves Santo y el Viacrucis del Viernes, estos voluntarios totalmente encapuchados se pasean descalzos por la localidad azotándose la espalda. Entre ochocientos y mil latigazos son los que se autoinfligen cada uno. Cuando las espaldas de estos flagelantes está toda amoratada, un acompañante “pica” su espalda evitando así que la sangre se acumule. Utilizan para ello una bola cera con seis pequeños cristales puntiagudos con los que realizan doce pinchazos -que representan los doce apóstoles de Jesús- para hacer brotar la sangre por su espalda. Cuando acaba la procesión se les cura las heridas con agua de romero.
Muchos son los fieles y turistas que presencian estas ceremonias de Semana Santa tan extremas en nuestro país, quedándose sobre cogidos ante estos penitentes que ponen a prueba su fe emulando la agonía que tuvo que sufrir Jesús de Nazaret.
Foto: Jon Ander Zabala


Texto: Oliva Carretero Ruiz. Fotos: Ayer&hoy/Gaceta La Solana/Gabinete prensa Manzanares y cedidas por los entrevistados