Francisco Javier Morales Hervás y Aurora Morales Ruedas / Doctor en Historia y Graduada en Historia del Arte

El descubrimiento de América y su posterior conquista por parte de los españoles es un hecho, que, como todo proceso histórico, ha estado marcado por circunstancias muy diversas, que en muchas ocasiones estuvieron próximas a la heroicidad y al idealismo, pero en las que también hubo momentos en los que primaron fines más egoístas. El reconocimiento de esta realidad no supone, ni mucho menos, aceptar oscuras leyendas que hoy día siguen generando prejuicios y ganando adeptos desde el desconocimiento y cuya finalidad es tergiversar y desprestigiar una de nuestras principales aportaciones a la Historia Universal.

Afortunadamente contamos con una amplia relación de protagonistas que se dedicaron a mejorar las condiciones de vida de los habitantes del Nuevo Mundo y entre ellos merece ocupar un lugar destacado Catalina de Bustamante, nacida en Llerena (Badajoz) hacia 1490, probablemente en el seno de una familia de origen hidalgo, pues nuestra protagonista pudo acceder a una cuidadosa formación que le permitió dominar, entre otros saberes, las lenguas clásicas. Poco se sabe de sus primeros años de vida, de hecho, no conocemos datos relevantes de ella hasta que en mayo de 1514 parte junto a su marido, Pedro Tinoco, sus dos hijas y dos cuñadas hacia las tierras americanas que habían sido recientemente descubiertas. En un primer momento se asentaron en la isla de La Española, donde su vida se limitará, en gran medida, a atender el ámbito doméstico, aunque parece que sus inquietudes culturales le hicieron entablar relación con notables personajes como Fray Bartolomé de las Casas, que destacó por denunciar los abusos que algunos dueños de encomiendas cometían sobre la población indígena.

La vida de Catalina sufrió un giro inesperado al fallecer su marido en 1526, lo cual le obligó a buscarse una actividad que le permitiera lograr un sustento para ella y sus dos hijas. Probablemente es en este momento cuando decide trasladarse a tierras mexicanas, que acababan de ser conquistadas por Hernán Cortés. Como Catalina contaba con una buena formación, decidió dedicarse a la instrucción y la educación de los hijos de los hidalgos y aventureros españoles que acudían a América en busca de oportunidades y fortuna. Su labor educativa pronto llegó a oídos del sacerdote Juan de Zumárraga, que llegaría a ser el primer obispo de México, quien no dudó en proponer a Catalina que creara y dirigiera un colegio en Texcoco para niñas indígenas.

Catalina se entusiasmó con esta propuesta y en poco tiempo pudo hacerla realidad. Puso especial cuidado en hacer una escrupulosa selección de las mujeres que le apoyarían como educadoras. A las niñas se les ofrecía formación religiosa, se les enseñaba la lengua y costumbres castellanas y también se hacía mucho hincapié en reforzar su personalidad y autoestima. Catalina demostró desde el principio su entrega absoluta al cuidado de las niñas que tenía a su cargo y una buena muestra de este compromiso se puso de relieve cuando en mayo de 1529 dos de sus alumnas fueron secuestradas por orden del alcalde de Oaxaca, que se había encaprichado de una de ellas. A pesar de que las autoridades del virreinato de Nueva España intentaron silenciar este asunto para beneficiar al alcalde, Catalina no cejó en su empeño para defender los intereses de sus alumnas secuestradas y con la ayuda del obispo Zumárraga pudo enviar una carta al rey Carlos I, solicitando su intervención en favor de sus alumnas. Como el monarca se encontraba fuera de España atendiendo sus múltiples problemas europeos, la carta llegó a mano de su esposa, la reina Isabel de Portugal, que quedó impactada por el relato de Catalina.

Izq.: El sacerdote Juan de Zumárraga, que llegaría a ser el primer obispo de México. Centro: Una de las imágenes del Lienzo de Tlaxcala en el que se hace alusión a las acciones de los tlaxcaltecas a favor de Hernán Cortés. Dcha.: La reina Isabel de Portugal, esposa de Carlos I, que ayudó en su labor a Catalina

Aunque la reina no pudo resolver el caso concreto del abuso protagonizado por el alcalde de Oaxaca, si logró que se aprobara una cédula que protegía la labor de las maestras. Además, se comprometió a apoyar el proyecto educativo que abanderaba Catalina, seleccionando nuevas educadoras que pudieran mantener y ampliar la escuela que había creado Catalina. La propia reina sufragó los gastos del viaje de estas maestras desde España hasta México. La intensa implicación de Catalina en la educación de niñas indígenas le hizo viajar a España en 1535 para entrevistarse personalmente en Sevilla con la reina Isabel y comentarle los problemas por los que atravesaba su proyecto para educar a niñas indígenas. Tras este encuentro la reina proporcionó material de enseñanza y nuevas educadoras que acompañaron a Catalina en su regreso a tierras americanas.

A pesar de todas las dificultades a las que tuvo que hacer frente, Catalina logró crear un importante núcleo de educadoras, lo cual posibilitó ir ampliando el número de escuelas para niñas indígenas, de hecho, en 1536 ya había logrado fundar diez escuelas que atendían a unas cuatro mil niñas. Una epidemia de peste en 1545 acabó con la vida de muchos habitantes de este territorio mexicano y una de ellas fue nuestra protagonista, no obstante, la semilla educadora que había logrado sembrar con tanto esfuerzo siguió dando sus frutos y por ello hoy día se la sigue recordando en México como la “primera educadora de América”.