Francisco Javier Morales Hervás y Aurora Morales Ruedas / Doctor en Historia y Graduada en Historia del Arte

La decadencia del Imperio Romano se acrecentó en el siglo V, especialmente en su parte occidental, y las legiones romanas, otrora temidas y triunfantes, intentaban contener los ataques de los pueblos bárbaros hasta que se produjo el colapso definitivo con la caída de Roma en el año 476, iniciándose así, según los historiadores, la Edad Media, aunque el Imperio Romano seguiría en su parte oriental durante 1.000 años más.

Durante este período turbulento Hispania fue ocupada por diversos pueblos de origen germano, pero serían los visigodos los que consolidarían su presencia en la Península Ibérica. El carácter electivo de la monarquía visigoda provocaba frecuentes problemas internos, que derivaban en una inestabilidad casi permanente, en la que saber estar bien posicionado resultaba clave si se pretendía acceder al trono. Era fundamental conocer las intrigas cortesanas y acertar a la hora de escoger los apoyos más adecuados, para lo cual había que contar con una destreza especial de la que, sin duda, gozaba nuestra protagonista.

Izq.: Dibujo que representa a Atanagildo. Dcha.: Rey Leovigildo. Pintura del siglo XIX.

No conocemos la fecha exacta de su nacimiento, pero Gosvinta probablemente nació entre el año 525 y el 530 en el seno de una reconocida familia visigoda, perteneciente a la dinastía de los baltos o baltingos, uno de los linajes más importantes del pueblo visigodo. Posiblemente este hecho influiría en Atanagildo cuando decidió escogerla como esposa, pues era consciente de que si se vinculaba a una prestigiosa dinastía, y con ello lograba el apoyo de un grupo aristocrático influyente, le resultaría más sencillo consolidarse en el trono, sobre todo tras la cruenta guerra civil que le enfrentó desde el 551 al 555 al rey Agila I. Tras su victoria, Atanagildo escogió a Toledo como capital del reino e inició una labor diplomática para afianzar su poder, tarea en la que su mujer jugó un papel destacado como una consejera de plena confianza que aprovechó su indudable inteligencia para elaborar una eficaz estrategia en favor de los intereses de su esposo. Atanagildo y Gosvinta tuvieron dos hijas, Galsuinda y Brunegilda, las cuales acabarían asumiendo un notable protagonismo en la trama política y diplomática que Gosvinta diseñó para favorecer a su primer marido, pero que, como buena estratega, tenía objetivos a más largo plazo.

Tras la muerte de Atanagildo en el 567 se produjo el característico período de inestabilidad, que en este caso solo duró cinco meses, finalizando con la elección como rey de Liuva I, que un año después asoció en el trono a su hermano Leovigildo, al que nombraría sucesor y con quien reinaría conjuntamente hasta su muerte en el 572. Liuva y Leovigildo pertenecían a un linaje de origen ostrogodo, por ello resultaba conveniente asociarse a una prestigiosa dinastía plenamente visigoda y, de nuevo, la figura de Gosvinta aparecía como un elemento de especial valor en este “juego de tronos”. De este modo la viuda de Atanagildo se convertía en la esposa de Leovigildo, aportando no sólo prestigio aristocrático sino, sobre todo, un valioso conocimiento de las intrigas palaciegas e influencias más allá de los Pirineos para forjar posibles alianzas, pues había casado a sus dos hijas con príncipes merovingios.

Izq.: El 13 de enero de 587, el rey visigodo Recaredo se convirtió al catolicismo. Cuadro del pintor Muñoz Degrain (1888). Dcha.: Triunfo de San Hermenegildo, de Francisco Herrera el Mozo.

Leovigildo también aportaba dos hijos de su primer matrimonio: Hermenegildo y Recaredo. Gosvinta era consciente de que una acertada política matrimonial favorecería la estabilidad del reino y afianzaría su influencia en la corte, y en este sentido podemos entender su interés en casar a su nieta Ingulda (hija de Brunegilda) con su hijastro Hermenegildo, el cual se rebelaría contra su padre poco después de este enlace matrimonial, por lo cual algunas crónicas de la época interpretaron que Gosvinta era realmente la diseñadora de la conspiración contra su propio esposo por la intención de Gosvinta de consolidar el arrianismo en el reino visigodo de Toledo, pero esta argumentación carece de sentido, pues tanto Hermenegildo como Ingulda eran defensores del catolicismo y, además, resulta significativo que Leovigildo no tomase ninguna represalia contra ella.

Leovigildo controló la rebelión, que finalizaría tras la muerte de Hermenegildo, y asoció en el trono a su otro hijo, Recaredo, que, cuando accedió al trono, adoptó como madre a Gosvinta, reconocimiento que le permitió mantener su influencia, la cual, de nuevo según cronistas católicos, utilizaría para promover una revuelta arriana contra Recaredo en el 588 para evitar que estableciera el catolicismo como religión oficial entre los visigodos. Gosvinta moriría ese mismo año dejando un trascendental legado político y diplomático, desarrollado en una etapa fundamental de la España visigoda, pero que se intentó silenciar y tergiversar, quizás porque la historiografía “oficial” no aceptó su “heterodoxia” religiosa ni su fuerte personalidad, que no se adecuaba a los cánones que durante mucho tiempo se han asignado a las mujeres.